Afuera el clima está horrible: llueve, hace frío y el cielo es de un color gris tan oscuro que parece negro. Se pinchó la idea de ir a la feria del libro por este fin de semana y entonces pensé en sentarme a escribir esta columna. La verdad no tengo muchas ganas, pero me fuerzo de todas maneras. Esto parece simbólico de lo que ocurre en mi vida en este momento: no tengo muchas ganas de hacer nada, pero me tengo que forzar a hacer las cosas. Capaz parte de mi desmotivación viene de que, hasta hace muy poco, mi vida requería muy poco esfuerzo. Ya sea porque venimos de estar en pandemia o porque recién este año arranqué a trabajar más horas, mi vida de antes era más tranquila y me permitía estar en piloto la mayor parte del día. Pero ahora todo lo que hago me exige más determinación y confianza. En marzo cumplí veinticinco años y desde entonces empecé a explorar lo que significa crecer. No digo que antes no me sentía ya un poco adulta — vengo deseando «ser grande» desde que tenía diez años más o menos — pero ahora la idea va tomando más fuerza en mi cabeza. Mi futuro ya no está tan lejos ni parece una fantasía: estoy creciendo…pero aun así no sé a dónde estoy yendo. Desconozco cuál es mi límite para construir mi vida. No sé cuánto puedo exigirme, no sé qué puedo esperar de mi futuro, qué tan grande puedo soñar, si está bien querer las cosas que quiero o si tengo que adaptarme a una especie de guion. Es algo que estoy trabajando en terapia. Se ve que lo que tengo es una especie de culpa mezclada con ansiedad y con la creencia que no merezco cosas buenas. Se ve —esto aprendo en terapia también— que hay gente que mira su futuro y en el horizonte solo ve cosas buenas y maravillosas y se ve que esto es natural. Lo que yo hago, de mirar a mi futuro y pensar solo en términos drásticos y tenebrosos, no es sano ni normal. Yo no sabía esto. No se me había ocurrido nunca que uno puede y hasta debe esperar que le ocurran cosas buenas, que no hay ninguna razón para dudar de su existencia.
A veces todo se siente tan imposible, que quiero preguntarle al resto su opinión sobre lo que estoy haciendo con mi vida. No lo hago, pero quiero. Más que su opinión, busco permiso («¿está bien hacer lo que hago?» «¿vos pensas que puedo?») pero no creo que nadie pueda darme su aprobación. Incluso aunque los demás pensaran que estoy manejándolo todo muy bien, no importa lo que el resto piense. Estoy descubriendo que lo único que importa y afecta mi vida de verdad es lo que pienso yo. Es como esa frase que dice «nadie viene a rescatarte, vos tenes que salvarte sola». Cada vez que la escucho pienso que es verdad y que tiene razón, pero a veces quisiera que no fuera cierto. De a ratos, solo de a ratos, me gustaría que mi vida no fuera solo mi responsabilidad. Tener una especie de co-piloto o acompañante que celebre conmigo cada vez que tomo una decisión acertada o que me golpee en la mano y me diga «pero, ¿estás loca? ¿cómo vas a hacer eso?» cada vez que me mando una macana.
Lo del acompañante es medio un chiste. No es que quiero que me salven todo el tiempo, pero a veces, de a ratos pequeños, fantaseo con eso. Es que a veces todo parece demasiado. Crear una vida, mudarse a un lugar, publicar un libro, encontrar el amor, ganar dinero, mantenerse al tanto con los dramas del mundo, cuidar al planeta. Me agobia pensar en lo que quiero y en cómo conseguirlo. Me da miedo, sobretodo, no poder hacerlo. Pienso en mi lista de objetivos y temo no estar a la altura o que no sea posible, que lo que deseo me quede muy grande. Pienso que no podría sobrevivirlo, si no se me da lo que quiero, aunque suene muy dramático a veces pienso que no sabría cómo reaccionar si llego a fallar. A veces la idea me resulta tan escalofriante que me quedo congelada. Pero la vida me está pidiendo que sea valiente. Me dice que tengo que confiar en mi misma y en que puedo hacer las cosas que me propongo. ¿Por qué no podría?
Estoy tratando de entender que somos lo que nos permitimos recibir y por eso quiero liberarme de viejos límites que ya no me sirven. No quiero ir por la vida pensando que no merezco cosas buenas, porque repercute en todo lo que hago y en todo lo que soy. Afecta la manera en que camino y en cómo hablo en mi trabajo y en la manera en la que me visto antes de salir de casa y en las cosas que acepto para mi vida. Y no quiero vivir así, sintiéndome que no soy suficiente, que no puedo conquistar las cosas que quiero. No sé cómo uno deja esas viejas ideas — «no merezco cosas buenas, qué tal si todo sale mal» — y salta a las nuevas — «todo está saliendo muy bien, soy un éxito, puedo con todo» — pero me doy permiso para averiguarlo.
En mi feed de instagram, hace unos días atrás, vi una entrevista que le hicieron a Oprah la noche anterior al estreno de su (ahora famoso) talk-show. En ella el entrevistador le pregunta: «¿qué pasa si no es exitoso?». Me pareció una pregunta medio mala leche, pero Oprah, toda divina, le responde: «no pasaría nada, porque si esto no funciona, yo sé que voy a estar bien. Tendré éxito en otra cosa». Se lo dice de un tirón y sin que le tiemble la voz ni una sola vez.
A eso quiero llegar. Quiero creer que todo lo que deseo es posible y que si algo tuerce mis planes, tener la confianza absoluta que voy a estar bien. ¿Por qué no lo estaría? Quiero acostumbrar a mi mente a pensar de esta manera, porque por muchos años pensé justamente lo opuesto. Aprendí a estar condicionada por el ambiente, por las cosas que pasaban a mi alrededor, a pensar que había ciertas cosas que simplemente no podía hacer. Me enseñaron que no podía confiarme demasiado y que lo mejor era quedarme en lo conocido y seguro y hacerme pequeña, callada. Pero no quiero seguir creyendo esas cosas. Quiero acostumbrarme a pensar que todo es posible, que merezco cosas buenas y que todo siempre se acomoda a mi favor. ¿Por qué no lo haría? Quiero creer que no hay nada de malo con esperar que me ocurran cosas buenas, que no hay una trampa esperándome en el horizonte para morderme los dedos, que si algo desconocido ocurre o algo no se da como esperaba, entonces es porque tendré algo mejor esperándome en su lugar. Este es el glow—up que estoy buscando: volverme una mujer que acepta sus fortalezas, que no tiene miedo a aventurarse a lo desconocido, que tiene suficientemente fe en ella misma y en la vida como para saber que sin importar el resultado, todo resultará bien.
Y vos: ¿Qué limite te pusiste que te gustaría traspasar?

El nombre de este blog cambió una vez más pero éste me gusta lo suficiente como para saber que no lo voy a cambiar, por lo menos, hasta nuevo aviso. Así no se marean. Para los que no llegaron a leer el aviso de la semana pasada y no entienden el cambio de columna, encuentran aquí la info. Si quieren mandarme un mensaje o ver las historias que subo de mi gata cada dos por tres, lo hacen aquí. Y si les gustó lo que escribí, ya saben que sus corazoncitos o sus comentarios o sus recomendaciones son siempre bien recibidas y eternamente agradecidas.
💜
Nos vemos la semana que viene,
Sabina.