Milan Kundera murió esta semana. La noticia me impactó profundamente, primero porque yo pensaba que Milan ya estaba muerto y enterarme que estaba equivocada fue como perderlo por partida doble. Y segundo porque no me di cuenta de la influencia que tuvo en mi vida hasta que me enteré que ya no estaba. A veces pienso que con los autores de nuestros libros favoritos tenemos una relación profunda e íntima que no se puede replicar con ninguna otra persona. Es como esa frase del Guardián Entre El Centeno, donde Holden explica que sus libros favoritos son esos en los que siente deseos de poder llamar al autor para hablar sobre lo que escribió, porque siente que podría ser su amigo. A mí me pasa lo mismo. Leí La Insoportable Levedad del Ser cuando tenía quince años y releí ese libro todos los años desde entonces. Me gustó tanto que le robé el nombre a uno de sus personajes (Sabina) y cuando pasé un mes internada en el hospital, ese fue el libro que le pedí a mamá que me trajera de casa. Solía leerlo por las noches, cuando el resto de los pacientes dormían y todavía lo tenía en las manos cuando los doctores venían por las mañanas a revisarme los signos vitales. Es difícil saber por qué me impactó tanto su escritura entonces, pero lo hizo. Es el único libro que me gustó de toda su obra. El resto me parecieron o todos muy vacíos o no los comprendí del todo (perdón, Milan) pero La Insoportable me lo sé de memoria. Ese libro fue suficiente para sentir que Kundera era un amigo.
Pienso a menudo en por qué escribo o por qué siento deseos de escribir. Tal vez no debería pensarlo tanto, pero lo pienso. Trato de no escribirlo demasiado porque siento que es un poco aburrido o confuso para el lector tener que recibir los desvaríos sobre por qué un autor escribe, pero la verdad es que me lo pregunto bastante últimamente. En parte porque es difícil ignorarlo. Cuando todavía estaba en la escuela, me era fácil tomar la escritura como un hobby. Escribir era my thing. Todos en mi curso sabían que yo estaba «loca» por Harry Potter y que tenía un blog donde escribía cosas sobre los libros de Harry. En verdad no era un blog sino un perfil en Potterfics y no escribía cosas sino fanfiction, pero no les explicaba a ellos eso. Escribir era algo que simplemente hacía y que asumí que eventualmente dejaría de hacer. Pero la escuela terminó y llegó la universidad y los trabajos y el tener que pensar seriamente, de una vez por todas, en una profesión que me gustaría hacer y la única en la que podía pensar era la única que no era práctica. Pasaron varios años desde que dejé la escuela y la universidad y desde que encontré un trabajo en el mundo real, pero todavía no dejé de escribir. Dudo que alguna vez lo haga. Por eso últimamente pienso mucho en por qué siento deseos de escribir. Pienso que mi vida sería más fácil si no tuviera ganas de hacer esto. Entonces podría encontrar algo para estudiar y hacerlo toda la vida en vez de pensar en libros y editoriales y tramas novelísticas y talleres de escritura. Pero siento deseos de escribir. No puedo evitarlo. Es lo que quiero hacer. Miro para adelante y pienso en mi futuro y sé que solo quiero estar haciendo una cosa (bueno, capaz dos) y no puedo negarlo. Tampoco puedo entenderlo. Capaz es un chip o una cosa del destino o un capricho del alma. Escribo porque lo necesito y soy escritora porque no sé ser otra cosa. Y un poco me da miedo decir estas cosas, pero ya no puedo resistirlas. Ahora lo sé. La muerte de Milan también trajo a colación un montón de recuerdos de cuando tenía quince y estaba pasando una temporada en el hospital leyendo La Insoportable y cómo soñaba entonces con tener un libro a mi nombre. Diez años después Kundera está muerto y yo estoy terminando mi primera novela y todo apunta que será publicada eventualmente. Y cuando me enteré que Kundera había muerto lo primero que pensé además de «qué triste», fue que desearía haberle podido contar esto. Incluso aunque él no hubiese podido entenderme (no sé hablar ni una pizca de francés) e incluso aunque fuera imposible (¿cómo, exactamente, iba a hablar con él?), sentí deseos de poder transmitirle cómo estaba y lo que estaba haciendo y como en parte era gracias a él y su novela. Quise poder hablar con mi amigo.
En febrero de este año escribí una columna que todavía explica lo que estoy sintiendo ahora mismo. En ella dije:
Todos tenemos extremos dentro nuestro, contradicciones que harían reír a cualquiera. Para ser una escritora y atreverme a aparecer una vez por semana en sus casillas, la verdad es que soy bastante tímida. Aunque «tímida» no es la palabra que usaría para describirme, más bien diría introvertida, privada, no-me-mires-mucho-que-me-pongo-nerviosa type of gal. Siempre sentí que había un velo invisible entre quien soy realmente y quien dejo que los demás crean que soy y aunque ese velo estuvo siempre ahí —firme y duro como una pared — ahora siento deseos desvergonzados de destrozarlo. Convertirme en otra. Pedirles amablemente a todos los que me conocieron alguna vez que borren la versión antigua que tenían de mi — alguien tímida y nerviosa, que se ponía colorada al hablar — y la reemplacen por esta que busco ser.
Sé que mi miedo a ser vulnerable tiene que ver con mi terror a ser juzgada. Me da miedo salir al mundo y que me apunten con el dedo y digan: «no sos suficiente». Uno quiere ser aceptada y amada eternamente y quiere que todo lo que presenta en el mundo — sea literario o no — sea querido y apreciado continuamente, pero no siempre funciona de esa manera. Y no tiene por qué ser así. Contrario a lo que creía a los quince, el mundo no me debe nada. Sé que mi resistencia a querer ser vista está atada a mi deseo de ser perfecta y por ende valorada, pero estoy comprendiendo que es imposible. Primero porque no puedo pedirle al mundo entero que me ame si yo no lo hago y segundo porque es absurdo reprimirme solo porque hay gente en el mundo a la que no le caigo bien.
Me pasé mucho tiempo queriendo llenar todos los vacíos, intentando ser todo para todos al mismo tiempo, pero ahora estoy perdiendo el deseo de querer deslumbrar al resto. Hay gente que no le interesará lo que hago y que no le importará lo que escribo. Pero ya no me interesa reprimir mi vulnerabilidad por eso, porque tengo un espacio para ser quién soy y quiero llenarlo lo mejor que puedo. Así como hay gente a la que no le gustaré, también entiendo que hay gente a la que sí y es a esa a la que quiero mostrarle mi corazón, darles lo que tengo, ignorando el miedo a que se vayan o dejen de quererme.
Y todavía siento lo mismo. Hay muchas cosas que están pasando en mi vida últimamente, alguna de las cuales son superficiales —como lo aburrida que me tiene el trabajo en la oficina y la lluvia constante que azota Buenos Aires y cómo el accidente de mi hermano codificó nuestra nueva realidad en la casa— pero lo que más estoy pensando es en esto: la vulnerabilidad de aceptar lo que amas hacer y la vulnerabilidad de estar dispuesta de salir al mundo a hacerlo realidad y la vulnerabilidad de aceptar que no sabes lo que va a pasar. No tengo ni idea si mi novela será un best seller o si solo le llegará a un puñado de lectores y no sé exactamente como esta profesión de escritora va a ir tomando forma, pero estoy dispuesta a encontrarla. Esto es lo que quiero y de cierta manera siento que no puedo fallar. Decía antes que me preguntaba a menudo por qué siento deseos de escribir. Creo que también me pregunté por qué quisiera escribir, qué tengo yo para contarle al mundo, qué podría decirle a todos ustedes que justificara mis deseos de hacer solamente y exclusivamente esto por el resto de toda mi vida. Y la verdad es que no lo sé. Tal vez no es algo que tengo que descifrarlo por mi cuenta, tal vez mi trabajo solo es hacerle caso a ese instinto que me pide que escriba y listo, pero también estoy pensando que todo pasa por algo. Por alguna razón estoy convencida que no voy a fallar en esto de escribir. No sé a qué me refiero cuando digo que no voy a fallar ni qué va a pasar ni cómo, pero sé que de alguna manera hay un motivo por el que siento deseos de escribir tan desaforadamente. A alguien en alguna parte le sirve lo que escribo y esa es la razón por la que la que voy a seguir escribiendo.

Les agradezco a todos los que llegaron hasta acá y espero que Julio los esté tratando muy bien. La verdad es que están siendo semanas extrañas y emotivas para mi (culpa a Neptuno retrogrado por esto) y estoy teniendo revelaciones extrañas sobre un montón de cosas, pero no quería arrancar otra columna diciendo que todo está cambiando para mi o que me pasaron muchas cosas. No descarto decírselos la semana que viene, though. En fin. Acá pueden leer la columna completa que mencioné en este post y si quieren mandarme un mensaje o ver las historias que subo de mi gata cada dos por tres, lo hacen aquí. Y si les gustó lo que escribí, ya saben que sus corazoncitos o sus comentarios o sus recomendaciones son siempre bien recibidas y eternamente agradecidas.
Nos vemos el próximo domingo,
💛
Sabina.
Con este texto te leo por primera vez. No sé quién eres, pero definitivamente quiero ser lectora de tu novela. Te abrazo, insoportable.