Todas las semanas, por lo general, se me ocurre una analogía para describir lo que pasa en mi vida o lo que la semana en cuestión trae para mí. Llegan porque a veces medito y aparecen en mi cabeza o porque escribo un diario y las uso para explicar lo que siento. Esta semana pensé que todo se sentía como si yo estuviera alcanzando un tren que ya está en marcha y sin embargo — aunque me sería más fácil sentarme a esperar que llegue otro — siento que tengo que correrlo para subirme. El mensaje es claro: no puedo perderlo. Tengo que subirme a este tren y poco importa que no esté subiendo este tren como pensé que lo subiría —con parsimonia, dueña de mi cuerpo, una alfombra roja bajo mis pies — y poco importa que no me sienta lista, que todo esto se sienta fuera de mi control. Algo adentro mío me dice que si no corro este tren y salto dentro, no va a aparecer otro.
¿Qué analogía usarían para describir su vida ahora?
Afuera llueve. Medio que no lo puedo creer: no me olvido que hace tan solo setenta y dos horas Buenos Aires se derretía y yo me derretía en él. Al principio me quedé mirando el cielo gris con desconfianza, segura que la lluvia se transformaría en humedad y la humedad en calor, pero llovió y sigue lloviendo. Ahora la lluvia es tan finita que parece que no existe, pero yo no quiero perderla. Les escribo esta columna sentada en el jardín, con las perras durmiendo entre mis pies. Sopla un viento tan fuerte que me parece que la temperatura está cayendo a cada minuto, pero me resisto a dejar este lugar. Tengo miedo que la idea de esta columna desaparezca en el segundo que me tomaría salir del jardín y entrar a la casa, así que me quedo dónde estoy. Sigo pensando en el tren. Me causa gracia lo equivocada que uno puede estar con las cosas. Al principio de este año dije que no iba a hacer muchas conjeturas sobre lo que este año iba a traerme y por el momento voy cumpliendo, pero una de las cosas que estoy notando es que a veces mi intuición se equivoca. Todo lo que hice a medias, casi sin ganas y medio forzándome, terminó dándome frutos y cosas hermosas que no esperaba. Lo que pensé que sería fácil terminó siendo un engorro. Me pasé muchos años creyendo que mi vida sería más fácil cuando agarrase este tren. Después de todo, este es el tren en el que quería estar, el que veía de lejos cruzar el horizonte. Cuando esté en ese tren, pensaba para mis adentros, entre rabiosa y esperanzada, todo será mejor. Todo será distinto. El tren puede ser lo que quieran que sea: una situación, una oportunidad, una edad, un principio o un final. Yo pensaba que el tren era el tren y cuando tuviera la chance de atraparlo entonces todo sería distinto. Pero lo que va de este año me está dando una cátedra en la lección todavía-no-tenes-idea-de-nada y yo estoy aprendiendo que subirme a este tren no es la mitad de divertido que pensé que sería. Ese es el tema: uno puede pensar muchas cosas pero al final de cuentas la realidad es una sola. En este tren no estoy sola y mientras subo por la puerta y me siento en el primer lugar disponible me doy cuenta que no es perfecto, ni ideal, ni correcto. Yo tampoco estoy muy ordenada: mi vida es un desastre, mi casa también. Tengo la sensación de que todo se da de una manera un poco difícil o agitada o poco ordenada y mi instinto es querer organizarlo, editarlo, hacerlo bonito y poético. Darle un sentido y tener cierto final, pero no se me ocurre nada. El tren es lo que es. Hay que tomarlo o sentirse resignado.
A veces pienso en partes. A mitad de camino se me ocurren cosas que podría haber dicho mucho antes o mucho después, pero yo las pienso ahora. Me pasa cuando escribo la novela, cuando hablo de mi vida y cuando escribo en este newsletter. Me di cuenta en lo que va de esta semana que les digo poco y nada sobre mí. Sobre quién soy, qué hago y que no hago. A veces es porque pienso que es aburrido darles tantos detalles, a veces porque quiero guardarme cosas para mí y a veces porque los únicos que me leen son gente que ya saben las intimidades de mi vida. Pero llegaron nuevas personas a este espacio y pienso que está bien replantear ciertas cosas, no dar por asumido que saben todo o que no quieren tener tantos detalles. Saben que me llamo Sabina, pero muchos no saben que hace poco cambié de trabajo. Desde que comenzó la pandemia trabajé de freelance, escribiendo y editando para otros, pero esta es la primera vez que arranqué trabajando para una empresa y ni siquiera haciendo lo mismo. También estoy estudiando. No había estudiado nada desde que terminé la secundaria, años atrás —preferí trabajar y de todos modos nada me llamaba tanto la atención como escribir —, pero en un momento impulsivo el mes pasado pensé que podría aprender programación. Vengo queriendo anotarme en un curso hace años —desde que vi una clase gratuita en internet y pensé: «es como escribir, solo con signos»— pero no estuve segura hasta ahora. Y cuando no estudio ni trabajo, escribo. De lo que estuve segura siempre es que iba a publicar un libro algún día y esa misma seguridad me fue empujando a ciertos lugares buscando ciertas cosas, como querer conectar con otros lectores y escritores y querer publicar en ciertos lugares. En twitter encontré ciertos grupos literarios que todavía resuenan conmigo — como el mundial de la escritura, donde encontré a mi querido grupo o todo nuestro todo suyo — espacios donde siempre pude expandir y aprender y aunque ya no estoy en twitter, todavía creo que lo más importante para escribir es encontrar un grupo con quien compartirlo.
Les cuento todo esto no para marearlos, sino porque quiero que me conozcan y también porque en el tren en el que estoy y que se adentra más y más a algo que no distingo, necesito recordarme los hechos. Trabajo, estudio, escribo, pero todo está mutando. Hice lo mismo durante los últimos cinco años, pero las cosas están cambiando. Todavía vivo al norte del conurbano, pero pronto me mudaré lejos. Durante cinco años escribí mi primera novela, casi en secreto, luchando contra la marea, pero ahora gané un lugar en un taller de tutoría de novela y todo parece distinto. El tren se mueve y yo estoy adentro, pero a medio vestir, todavía dormida, pensando: ¿y ahora, qué?
Mientras estoy sentada en el tren se me ocurre que la vida es ahora. No puedo esperar a llegar a la estación para poner en marcha las cosas que quiero hacer. Un poco se me dificulta aceptar este hecho, porque yo siempre fui de pensar de forma abstracta, un poco abstraída de lo que muchos llaman «la vida real». A mí siempre me interesaba otra cosa — la fantasía, la mentira, la vida literaria, la que no existía o la que podría llegar a existir — y por eso no me di cuenta hasta ahora que nada de lo que yo supuse que pasaría cuando tomara este tren sucedería realmente. Imaginarse tomar este tren bien vestida, pulcra, sintiendo que todo está en su lugar es muy lindo pero ahora no me sirve de nada porque no fue lo que pasó. El tren se sacude, de a ratos tiembla tanto que todas las cosas que apoyé sobre el tablero se mueven y está tan concurrido que solo escucho voces ajenas, pero tengo que encontrar la manera de hacer lo que pensé que haría cuando llegara este tren. El tiempo es ahora y poco importa que las cosas no sean como yo las había imaginado. Son lo más cercano a lo que esperé por mucho tiempo y si las dejo pasar —si dejo ir el tren — me voy a arrepentir para siempre. Este tren bien puede ser una situación o una oportunidad o una edad o un momento o cualquier otra cosa que te imagines. Casi no importa lo que sea sino lo que significa.
Hay cosas que acompañan este viaje en tren que son más difíciles de describir. Cosas inesperadas, temas del corazón. Hasta en eso me equivoqué. Pensé que cuando tomaría este tren me sentiría satisfecha y contenta por el final que el tren representa y el nuevo comienzo, pero la verdad me siento un poco triste, aunque esa ni siquiera es la palabra para describirlo. No estoy triste por tomar este tren ni reniego lo que este tren conlleva ni tampoco desearía no haber tomado el tren, solo me siento entristecida porque en el momento que tome el tren me di cuenta que nada sería lo mismo. Mi vida de antes — donde me sentaba a esperar que pasara el tren — dejo de existir en el momento que tomé el tren y ahora, mientras me muevo entre compartimientos, tengo que aceptar que ya no soy esa que espera el tren sino que esa que está en el tren y por ende no soy la misma.
Últimamente mi vida está siendo atravesada por la identidad: quién soy ahora, quién fui, quién soy para otros. Me encuentro fascinada por la idea de los finales. Cómo uno puede realmente colarse a un tren y así como así la vida como la conocía desaparece, se transforma en otra cosa, deja de existir. Me fascina descubrir que la vida tan arraigada que llevaba en la tierra árida hacía tan solo unos meses atrás, tan firme y fuerte que parecía, era solo una realidad más que se licuó en el momento en que yo salté al tren. Claro que todavía existe, pero incluso aunque yo tratara de volver no podría encontrarla: ya no soy la misma, si volviera a esa tierra árida y calurosa no sabría qué hacer: solo sería la chica que se tomó el tren.
No es que quiero volver a esa tierra pero un poco me pone nerviosa no saber nada, estar acá arriba en el tren, con tantos desconocidos y tantas cosas nuevas. Uno da por sentado la rutina hasta que ésta desaparece. Aunque puedo ponerme una etiqueta para identificarme y todavía conservo mi nombre y un puñado de cosas que me recuerdan quién soy —la novela, las palabras, mi trabajo — todo lo demás parece tan nuevo y tan desconocido como el tren al que me trepe. Quisiera tener algunas respuestas y poder decir: acá es donde vivo, esto es donde trabajo, así es como terminó la novela pero todavía estoy a medio camino. Aunque sé que ya llegará el momento donde podré decir en qué me he convertido y cuál es mi nueva tierra, todavía no lo descubro. Esto también me fascina, el hecho que uno se va construyendo de a ratos y nunca de un tirón y en medio de esa construcción uno todavía tiene que salir al mundo y parecer tan entera como siempre y sin embargo saber que adentro todo es distinto, que nada es lo mismo, que podes escribir la novela o hacer las compras o responder un mensaje de tu amiga a las tres y media de la mañana y aún así no tener idea a dónde estás yendo, en qué te estás convirtiendo.
Hice otras cosas en esta semana además de pensar en el tren. Empecé y terminé Todos quieren a Daisy Jones, que si no lo leyeron se los recomiendo, y volví a mirar Almost Famous. Tengo que decir la verdad y aceptar que aunque se vienen los premios de la academia, ninguna película actual me entusiasma mucho. Si soy honesta, todo el tema del cine actual me deprime bastante. La única película que me gusta de todas es AfterSun y un poco porque me recuerda al tiempo que pasó. Por eso volví a mirar Almost Famous y quedé encantada con el tiempo que fue, más simple y menos complejo que todo lo que nos envuelve. También me hizo pensar que hay cosas que no cambian. Almost Famous, Daisy Jones, todos hablan de la música y el arte. Hablan de amar algo más allá de lo que vos sos o tenés, de encontrar una porción tuya no en un espejo sino en un pedazo de música, en un instrumento, una banda de rock n’ roll. En todo este viaje en tren me emociona descubrir que aunque todo parece puesto patas para arriba, hay cosas que todavía reconozco como propias: la literatura, el amor por el arte. Puede que no sepa muchas cosas de esta nueva etapa, pero sé dónde descansa mi corazón, sé que si tuviera que describir el cielo diría que es un lugar lleno de libros y si tuviera que pensar en un castigo sería no poder leer. Lo sé como conozco la palma de mi mano y como conozco las manías de mi gata. Reconozco ese deseo en mí, ese amor indescriptible que no puedo definir pero que me alegra que todavía no me haya dejado. Aunque les estoy hablando de este tren, la verdad es que habré tomado otros trenes en mi vida que ahora ya no recuerdo. Dejé muchas cosas, cambié de parecer en tantas otras. Hay gente que les cuesta irse, pero mi me cuesta quedarme. Por eso la emoción: nunca cambié de parecer respecto a la literatura. Nunca dejé un libro atrás.
El día de San Valentín coincidió con mí primera clases de la tutoría de la novela. Estuve nerviosa durante los primeros minutos, mientras acomodaba la cámara y esperaba que todos se conectarán, pero esos nervios se transformaron en alegría cuando descubrí que son todos como yo. Lectores, quiero decir. Lectores que escriben, escritores que aman leer. Nos presentamos uno a uno —somos ocho, los tutores son tres — y mientras me enteraba de las novelas de cada uno descubrí que no somos nada diferentes. Tal vez es por esto que alguien creó los grupos de escritura, porque de repente uno descubre que lo que le pasa no le pasa a uno solo, sino a todos los escritores del mundo. Compartimos un mismo lenguaje y los mismos problemas y así dan menos ganas de salir corriendo. Esa primera clase fue una pequeña pero poderosa alegría que mantuve conmigo durante todo este viaje en tren. Había venido de tener días muy difíciles, muy pesados y de repente me volví a reconocer en el espejo. No está todo perdido, pensé. Tal vez voy por el camino correcto.
¿Qué cosas/personas/situaciones/hobbies siguen siendo tu ancla, tu cable a tierra?
Hubo un punto en esta semana donde alguien me preguntó cómo lidié con cierta situación de mi vida. Ellos están pasando algo similar y querían un consejo. Traté de acordarme qué hice en ese momento (fue hace varios años atrás). Después me acordé: escribí, respondí. Creo que esa sigue siendo mi táctica ante el mundo que me rodea. Cuando no sé, escribo. Cuando tengo miedo, escribo. Cuando necesito fuerzas, cuando no tengo respuestas: escribo. Quiero dejarles un final con sentido, pero no se me ocurre ninguno. Esto es lo más cercano a un final que puedo darles. Es simbólico del lugar donde estoy ahora, me parece. Voy a cerrar la computadora de un golpe así dejo de escribir y ustedes siguen con su día, pero la verdad podría escribirles hasta el domingo que viene.