En la cuadra de mi casa hay una lámpara rota. No para de encenderse y apagarse toda la noche. Como no tengo cortinas en el cuarto, cuando me acuesto la luz blanca me golpea en la cara una y otra vez, hasta que me duermo. Se prende y se apaga. Me enceguece y a veces, me hace creer que estoy soñando cuando todavía sigo despierta.
Me siento incómoda escribiendo esto. Capaz se debe a que ya no me identifico con el lugar que ocupé años antes. Este newsletter fue primero una columna, luego un diario, después un diario y una columna al mismo tiempo. Ahora no es una cosa ni la otra. Lo que les digo no es verdad pero tampoco es mentira. Solo sé que no quiero sentir la responsabilidad de decir algo con sentido, ritmo o significado. Estoy harta de pensar tanto las cosas. Quiero hacer sin dar muchas vueltas al asunto. Por eso les escribo y ya.
Últimamente me estoy traicionando bastante. Con dichos o pensamientos, haciendo o no haciendo cosas. Me traiciono y me lastimo. Sin darme cuenta vuelvo a este lugar que tan poco me gusta pero que tan bien conozco y me pregunto si, en verdad, me traiciono solo para sentirme cómoda de nuevo. Digo que me traiciono pero en realidad es algo más complejo. Estoy tratando de implementar cambios (año nuevo, vida nueva) y no lo estoy logrando porque elijo lo opuesto a lo que quiero intentar. Lo hago de forma consciente, en pleno uso de mis capacidades. Digo: voy a tomar el tren y después bajo las escaleras y me tomo un colectivo o voy caminando, mientras me juro que la próxima vez de verdad me animaré a algo distinto. No es el tren lo que quiero tomar pero ustedes me entienden. La acción es la misma. Me traiciono una y otra vez y no sé cómo pararlo. Sospecho que, tal vez, tampoco quiero.
La última oración es mentira. Sí que quiero. Pero me cuesta. Y me cuesta que me cueste, me molesta cuando las cosas no son fáciles y suaves, cuando no se escurren como agua entre mis manos. Me cuesta la paciencia y la práctica pero sobretodo me cuesta perdonarme por no saber hacer bien las cosas desde el principio. Ahora que estoy escribiendo esto, acabo de traicionarme de nuevo. Es una cosa estúpida, no tiene sentido contarla, pero el punto es el mismo. ¿Cómo puedo parar esta traición continua? ¿Qué hay que hacer para lograr un cambio definitivo?
Por eso escribo esto. Le tengo fe ciega al poder de las palabras. Nunca me fallaron. Creo que si escribo lo que me duele o me acompleja o me apena entonces eso deja de tener poder sobre mí, se vuelve otra cosa. Les escribo que me estoy traicionando con la esperanza de poder dejar de hacerlo. ¿Cómo? Todavía no lo sé. Las palabras no me señalan las maneras, solo alivianan el peso. Entiendo que hay cosas que tengo que hacer sola, sin ayuda de las palabras. Parece que volverse adulta es hacerse cargo (de qué y por qué es tema para otro día) y no tanto la cosa idílica que mostraban en Friends, que miraba de chica. Uno tiene que hacer y esperar lo mejor. Hacer y no pensar tanto. Hacer y dejar de traicionarse cada dos por tres.
En términos técnicos, una traición se la explica como una «falta» hacia una cosa o persona. Hice bastante terapia como para deducir que la traición, en este caso, está muy cerca del auto-saboteo y el auto-saboteo del miedo a cambiar. No sé qué hay de los cambios que lo aterran tanto a uno. Capaz es el miedo a lo desconocido. Capaz, en el fondo, a todos nos asusta un poco subirnos a un tren equivocado y terminar en un lugar lejano, desamparados. Capaz me da miedo caer, darme un golpe tremendo contra el suelo y perder las pocas esperanzas que albergo. Capaz que es solo miedo y ya.
Tampoco es que importa mucho. La adultez también es eso: entender que uno tiene que actuar igual. Incluso aunque tenga miedo.
Hoy me encuentro espejada en tus palabras. Ojalá nos dure poco seguir traicionándonos y podamos dar ese paso que tanto miedo genera.