¡Hola! Es la segunda semana en la que tengo que explicar por qué me leen hoy y no el viernes. A diferencia de la semana pasada, mi gata se portó bien y no rompió nada. Pero mis horarios están cambiando y me doy cuenta que me va a resulta difícil — por no decir imposible — aparecer los viernes por acá como hice al principio. Así que, de ahora en mas, decidí publicar los domingos. Pero ustedes me leen cuando quieren. ❤️
S.H
Qué semanita, ¿no? Entre el anuncio de Juana, el cometa verde, el inicio de febrero y la luna llena en leo me estoy sintiendo como una mujer nueva. También estoy sintiendo que todo lo que pasó esta semana — el anuncio, el cometa, febrero y la luna llena — me está empujando a que sea una mujer nueva, me está invitando (aunque de a ratos siento que me empuja) a revelar y explorar otros lados de mi misma que hasta el momento había negado. Algunos de estos aspectos son privados y serán revelados solo al puñado de personas que quiero que lo vea, pero otros serán grandes y a la vista de todos. La vida es una exploración constante. Una marea que sube y baja, un mar embravecido que — si lo hacemos bien— con cada oleada nos permite adentrarnos a nuevas y desconocidas tierras. Y yo no soy nada sino una buena nadadora.
Hace tiempo me amigue con el hecho que cambio constantemente. En parte porque es lo que soy —alguien que le gusta explorar, que solo se siente satisfecha si va hasta el fondo —y en parte porque mi astrología no me permitiría ser otra cosa, con tantos planetas que tengo en acuario y escorpio. Esta luna llena en Leo fue la gota (¿o patada?) que rebalsó (¿o empujó?) el vaso que tenía sobre la mesa, que apareció para gritarme algo que hace rato escuchaba en susurros.

No siempre me gustó la astrología. De hecho, diez años antes, era todo lo contrario: me parecía que todo lo que no era validado por la ciencia dura y exacta no era digno de ser nombrado. Pero me gusta habitar extremos y debería haberme imaginado que diez años después esa adolescente fría y lógica se convertiría en alguien que tiene cristales y mazos de tarot y oráculos desparramados por el cuarto y sabe lo suficiente de energía como para entender lo que una luna en leo significa. La gente cambia, me diría a mi yo del pasado, la gente no es la misma. Un día te levantas y te das cuenta que bien podrías ser aquello que nunca creíste poder ser en primer lugar. Hay excepciones, claro, pero en mi vida no muchas.
Todos tenemos extremos dentro nuestro, contradicciones que harían reír a cualquiera. Para ser una escritora y atreverme a aparecer una vez por semana en sus casillas, la verdad es que soy bastante tímida. Aunque «tímida» no es la palabra que usaría para describirme, más bien diría introvertida, privada, no-me-mires-mucho-que-me-pongo-nerviosa type of gal. Siempre sentí que había un velo invisible entre quien soy realmente y quien dejo que los demás crean que soy y aunque ese velo estuvo siempre ahí —firme y duro como una pared — ahora siento deseos desvergonzados de destrozarlo. Convertirme en otra. Pedirles amablemente a todos los que me conocieron alguna vez que borren la versión antigua que tenían de mi — alguien tímida y nerviosa, que se ponía colorada al hablar — y la reemplacen por esta que busco ser.
Esta semana vi con una claridad impresionante que a veces uno se aferra a ciertos aspectos de su identidad aunque ya no le sirvan, solo porque no sabe qué hacer con ellos. Dónde ponerlos. Cómo dejarlos ir. Como pasaba con las carteras de mi abuela y ahora pasa con las mías, en donde al fondo de todo se puede encontrar tickets y papeles y caramelos que sabemos bien que no vamos a usar pero no los tiramos «por las dudas». Yo sé que, si quiero, puedo renovar esos pedacitos de mi identidad que ya no me sirven. No necesito pedirle al resto que olvide quién fui: basta con darme permiso para destrozar esa pared que inventé hace tiempo. Después de todo, fueron mis manos las que crearon esa distancia y deberían ser mis manos las que la tiren abajo.
Es gracioso cómo la vida parece estar armada para darnos las lecciones que necesitamos. A mí, que no me molestaría pasarme años sumergida dentro de un bosque o en una playa desierta, me agarran ganas de ser escritora y de compartir lo que escribo con otros y ese mismo deseo me empuja a enfrentarme con la pared que cargué desde siempre entre mis nudillos: la de no querer ser vista. Cuando todavía iba a la escuela solía hacerme cuentas en twitter o instagram con nombres falsos así ninguno de mis compañeros podía encontrarme. Era la manera que yo encontraba para poder expresarme sin sentirme cohibida, aunque no sé por qué me sentía así si no decía nada muy grave para empezar — me la pasaba hablando de McFly o Harry Potter o el último capítulo de Grey’s Anatomy — pero lo hacía. Mi pequeño truco para ser invisible me hacía sentir libre y poderosa y solo me arrepentía un poco cuando volvía a clases y me daba cuenta que nadie sabía quién era realmente.
Mis amigos astrólogos me dicen que la razón por la cual los escorpianos son tan medidos y cuidados es porque conocen el poder del aguijón. Es decir, conocen el dolor. Si son duros es porque saben lo que puede pasar si se lastiman. Si bien yo deseaba poder entregar mi corazón al mundo para que lo viera, era y soy consciente de la vulnerabilidad que eso representa. Por eso creé un mundo en el que pretendí ser lo opuesto. Nadie se hubiera dado cuenta que detrás de esa chica que habla fuerte y claro, que siempre da consejos y sabe qué decir, es la que más necesitaría un consejo y a la que más le gustaría bajar las barreras. Me sobrepuse a mi terror pretendiendo que tenía todo bajo control, que nunca necesitaba una palabra de aliento o apoyo, sin permitirme recurrir a alguien para decirle lo que sentía realmente. Les digo a mis amigos lo que me pasa, claro, pero no de la manera en que ellos dejan que yo los vea: abierta y furiosamente, con todos y cada uno de sus rasgos desnudos. Les digo lo que me pasa pero no con fuerza, sino con prudencia. Les digo lo que me aterra pero no les admito qué cosas me hacen perder el sueño. Les digo lo que me duele pero no les dejo ver mis lágrimas. Escribo lo que siento pero lo que quiero decir en verdad está escrito en otro lado.
Pero ya no tengo quince años. No puedo refugiarme en el mundo de las identidades falsas y decirme que así estaré a salvo. No puedo decirme, tampoco, que necesito que el mundo entero me ame para estar dispuesta a ser vulnerable: el mundo no funciona de esa manera y no estoy segura si quiero que lo haga. Parte de la razón por la que esto se llama ser vulnerable es porque uno no sabe lo que obtendrá a cambio.
Es la contraposición de las cosas. La ironía del ser humano. Uno se pasa toda la vida construyendo una identidad de témpano de hielo para que entonces aparezca una luna llena en leo y todo el frío empiece a derretirse. Claro que no es solo la luna, también soy yo, pero la luna no ayuda. Por las noches se cuela por mi habitación y me recuerda que ya no tengo quince años, que ya no puedo esconderme desesperadamente del mundo que me rodea. O puedo, pero tengo que aceptar el monto de la suscripción: que nadie me conozca, que solo en la oscuridad se pronuncie bien mi nombre. Sé que mi miedo a ser vulnerable tiene que ver con mi terror a ser juzgada. Me da miedo salir al mundo y que me apunten con el dedo y digan: «no sos suficiente». Uno quiere ser aceptada y amada eternamente y quiere que todo lo que presenta en el mundo — sea literario o no — sea querido y apreciado continuamente, pero no siempre funciona de esa manera. Y no tiene por qué ser así. Contrario a lo que creía a los quince, el mundo no me debe nada. Sé que mi resistencia a querer ser vista está atada a mi deseo de ser perfecta y por ende valorada, pero estoy comprendiendo que es imposible. Primero porque no puedo pedirle al mundo entero que me ame si yo no lo hago y segundo porque es absurdo reprimirme solo porque hay gente en el mundo a la que no le caigo bien.
Pero la luna en leo no solo se cola en mi habitación para recordarme el paso del tiempo: me hace darme cuenta que hay valor dentro de lo que soy. Dentro de mis márgenes cambiaré muchas veces, pero seguiré siendo yo misma. No puedo ser otra cosa y bajo esta luna llena admito que no me interesa serlo. Me pasé mucho tiempo queriendo llenar todos los vacíos, intentando ser todo para todos al mismo tiempo, pero ahora estoy perdiendo el deseo de querer deslumbrar al resto. Con mis márgenes vienen los límites: hay gente que no le interesará lo que hago y que no le importará lo que escribo. Pero ya no me interesa reprimir mi vulnerabilidad por eso, porque tengo un espacio para ser quién soy y quiero llenarlo lo mejor que puedo. Así como hay gente a la que no le gustaré, también entiendo que hay gente a la que sí y es a esa a la que quiero mostrarle mi corazón, darles lo que tengo, ignorando el miedo a que se vayan o dejen de quererme. Ya no me interesa pretender que ciertas cosas no me duelen o que estoy por encima de otras, porque no es cierto. Y tampoco me interesa pretender que puedo ser todo a la vez. En cambio, bajo esta luna en leo, siento el deseo de ser solamente yo: con mis defectos y mis éxitos, con mis vulnerabilidades y mis fuerzas, con todo lo que soy y todo lo que nunca podré ser. Estoy comprendiendo que, si me dejo ver tal cual soy, entonces podré tejer un mundo en el que de verdad formo parte.
No sé cómo sigue esta historia. No sé qué sucede después que uno pone su corazón en la mano y dice: acá está, acá estoy. Supongo que lo descubriré a lo largo de este año. Podría decirles lo que ocurre en el otro libro, que escribí largo y tendido durante años, donde la protagonista mete su corazón en una caja a lo Houdini y se promete nunca más confiar en alguien, pero no es el libro que estoy escribiendo. Ahora mi protagonista carga su corazón en la mano y cuando sale al mundo no teme perderlo.⭐
Se me llenaron los ojos de lágrimas leyendo esta columna porque me sentí profundamente identificada ♥. Estoy también en proceso de dejar atrás ciertas cosas identitarias y te juro que sentí como si yo misma estuviera escribiendo estas palabras.