El otro día alguien se tiró debajo del subte en el que yo viajaba. Al principio —cuando se detuvo el tren y se apagaron todas las luces y hasta los que cantaban canción animal dejaron sus guitarras en el suelo— pensé que se trataba de otra cosa. «Un accidente» fue lo primero que se me vino a la cabeza. Casi de inmediato rechacé este pensamiento. «No», me dije, «no puede ser. Todavía no termino la novela». Hace ya un par de años que uso la novela como escudo ante cualquier tragedia, como si creyera que nada realmente puede interferir para evitar que la termine. Pero no se trataba de un accidente. Tampoco de un corte de luz. Estuvimos sentados unos cuantos minutos antes que empezaron a evacuarnos sobre la estación Palermo. Mientras bajábamos un muchacho a mi lado le preguntó a la policía que estaba en la puerta qué era lo que estaba pasando. Su pregunta me sacó de mis pensamientos. Había estado tan aliviada de que todos estábamos aparentemente a salvo que no se me había ocurrido cuestionar qué era, entonces, lo que ocurría.
—Alguien se tiró debajo del andén —respondió ella y me dio una leve palmada en el hombro para que me bajara de una vez. —Tengan cuidado de no mirar.
Capital siempre me resulta abrumadora. Tal vez porque no viví nunca en una ciudad, tal vez porque me crie en una familia donde la palabra «capital» era seguida por palabras como «selva», «caos», «desastre»; pero la verdad es que cuando viajo al centro me resulta extraño reconocer que, para algunas personas, este es su hogar. Hay gente que camina por las esquinas eternas de Santa Fe y corre por La Rural y hace compras en el farmacity y se sienten a salvo, se sienten parte de toda esa mezcla enorme de caos y personas. A mí esto me descoloca un poco. Me pregunto cómo es posible vivir en una ciudad tan enorme y no perderse en el medio, cómo hace uno para sentirse parte de algo que no termina de conocer jamás. Hay otras veces en las que creo que podría acostumbrarme a vivir en Capital. Hacer un hogar allí. Pero mientras salía del subte y me cruzaba con los bomberos que traían camillas y herramientas y pasaba entre los policías y la gente, me pareció que Capital era demasiado grande para mí. Superior. No hay manera que me pueda acostumbrar a un lugar así, pensé. ¿Cómo uno se ubica en un lugar como ese, donde existen calles tan grandes que uno tiene que correr para llegar a la otra esquina a tiempo y donde hay esos colectivos que vienen de todos lados y van a todas partes, todo el tiempo?
Yo tenía ganas de hablarles de otra cosa. Hace días que venía deseando escribirles y contarles que me estaba pasando, pero no tuve tiempo. Mejor dicho: no es que no tuve tiempo, sino que el tiempo que tuve lo usé para otras cosas. Por primera vez en mi vida ¿adulta? la estoy pasando bien. Estoy disfrutando de lo que me pasa. Sé que es raro decir esto en una columna que menciona un suicidio, pero es la verdad. Hace tiempo que no la pasaba tan bien. Durante este mes fui a tomar un café con Gio y hablamos de Brasil y de la posibilidad de mudarnos y fui a la feria del libro con Maca donde nos gastamos bastante plata pero no tanta como pensamos y fui a comprar ropa con mi prima Valen y levantamos sospechas en todas las tiendas por la cantidad de ropa que fuimos a probarnos. Hizo más frío este mes que en los meses anteriores y llovió la gran parte del tiempo y me pasé muchos días con el pelo escondido detrás de un pañuelo, porque no había planchita ni crema ni peluquería que pudiera hacerlo ver decente. Seguí escribiendo la novela y la presenté una vez más en la tutoría y el amor que le tienen a mi personaje me hace reír y llorar en partes iguales. El frío por las mañanas me golpea en la cara cuando camino por el barrio y me congela los dedos de los pies y me hace sentir añoranza por el momento que estoy viviendo y que no se fue todavía pero que alguna vez se va a terminar y que sé que voy a extrañar. Eso tenía ganas de decirles antes de que ocurriera todo lo que pasó en el subte: estoy bien.
Ahora no tanto. Todavía no sé cómo sentirme al respecto, una mezcla de pena y angustia y horror por todos los involucrados. Y supongo que es por eso que lo escribo, para dejarlo asentado en algún lado. Este fue un mes donde la belleza me rodeo y me apabulló de a ratos. Fue un mes largo pero tuve tiempo de hacer todo lo que quería, en true taurean fashion. Y ahora con este chico y el subte y el hecho que haya pasado el tren donde estaba yo y no uno antes o después me desacomoda un poco el panorama. No sé dónde colocar esta vivencia. No sé qué se dice en una situación como esa. Un poco me siento como cuando ocurre una tragedia a nivel nacional o global y medio que quiero apartar la mirada, pretender que no está pasando. «No», pienso, «ahora no». No me gusta pensar que hay guerras y chicos que se mueren de hambre y un montón de otras injusticias que no puedo nombrar sin que me tiemblen las manos. ¿A quién sí? Y sin embargo están ahí. Incluso aunque cerremos los ojos y apaguemos las computadoras y no miremos al bajar del subte, esas cosas ocurren.
Hace mucho que en mi práctica espiritual se plantea la dualidad. Como uno está arriba pero después puede estar abajo; como uno puede sentirse identificado con algo pero bien puede ser su opuesto, como uno necesita el dolor para saber disfrutar y necesita de la oscuridad para entender la luz y como todo esto —lo bueno y lo malo, el yin y yang, blanco y negro — en verdad conjunciona algo más grande y complejo que puedo abarcar en esta columna. No digo que una cosa justifica a la otra ni mucho menos. Tampoco sé por qué tenemos un mundo así y no en uno donde todos estemos bien. Solo sé que es así como se dan las cosas. Yo tuve un mes excelente pero me crucé con alguien que seguramente no la estaba pasando tan bien y de alguna manera los dos coexistíamos en un mismo universo, en un mismo lugar y ahora no me voy a olvidar de él porque no podría hacerlo. Aunque quisiera apartar la mirada y solo decirles las cosas lindas que pasaron este mes, no es la verdad. Ese no es el mundo que vivimos. La estoy pasando bien y me siento más contenta de lo que me sentí en mucho tiempo, pero también estoy viviendo en un país cuya economía parece tambalearse una vez más y a todos nos acechan preguntas que no sabemos ni podemos ni queremos responder. ¿Qué va a pasar? ¿Y cómo vamos a navegarlo?
No sé si me estoy explicando bien. No sé, tampoco, si esta columna tiene una conclusión. Solo quiero decirles que termino el mes siendo consciente no solo de la belleza que me rodea y el amor sino también del dolor y la angustia y de las preguntas para las que no tenemos respuestas y soy consciente, tal vez hoy más que ayer, como todo eso se mezcla en una misma existencia. De alguna manera todo se relaciona con todo, no se pueden separar estas cosas. A veces, en las redes, me encuentro con posteos que hablan de que para ser feliz o espiritual hay que alejarse de todo lo negativo y solo mantenerse en lo liviano y lo lindo y lo sencillo y lo que es fácil decir. Pero ese no es el mundo que vivimos. En el mundo real todo está entrelazado. Yin y yang. Blanco y negro. Lo que es fácil decir y lo que no se puede decir ni dentro de mil años. Y es eso lo que crea toda nuestra experiencia. Ahora lo estoy entendiendo. Antes, cuando era más chica o más inocente o tal vez más inexperta, creía que el «punto» de la vida era tratar de zafar de todas las experiencias negativas y quedarme solo con las buenas. Pensaba que existía el happily ever after, pero ahora lo pienso de otra manera. El «punto» no es resistir todo lo malo, sino aceptar lo que viene y mantener la esperanza. Uno vive cosas como la que viví en el subte de camino al trabajo pero después llega a la casa y se da una ducha caliente y mira el atardecer y piensa que todo va a estar bien, que esto también va a pasar. Que hasta en las experiencias más fuertes y oscuras vamos a encontrar cierta paz, en cierto momento, de alguna manera.
Antes de despedirme les quiero agradecer una vez más a todos los que se estuvieron suscribiendo y recomendando estas columnas. Ojalá hubiera un emoji o una palabra que pudiera describir mi alegría de tenerlos acá, pero por el momento todos se quedan cortos. 💕
Si quieren mandarme un mensaje o ver las historias que subo de mi gata cada dos por tres, lo hacen por aquí. Y si les gustó lo que escribí, ya saben que sus corazoncitos o sus comentarios o sus recomendaciones son siempre bien recibidas y eternamente agradecidas. Espero que se encuentren todos muy bien y sin tanto frío y que estén arrancando el mes de la mejor manera (o lo mejor que puedan). 💛
Los leo y les escribo pronto,
Sabina.